A raíz de la presentación de mi último documental en el Festival de cine documental del Peloponeso se me pidió si podría dar una masterclass a los asistentes de este festival. Dándole vueltas me resultaba difícil concretar un tema en el que me sintiera experto. Aunque dirijo y produzco documentales artesanos desde hace una década no me considero especialista en nada en particular. Así fue como decidí centrarme precisamente sobre una forma artesana de entender el cine.
Por cine artesano entiendo aquel vinculado a un autor, que por decisión, o por necesidad, o bien por ambas cosas, produce su película al margen de los cauces industriales, con un equipo reducido a cambio de una cierta dosis de libertad creativa.
La discusión entre si el cine es arte o industria no es aquí pertinente. El cine con vocación artística no es necesariamente mejor que el que surge bajo un paraguas industrial. Pretender hacer una obra artística no es garantía de conseguirlo y la calidad es algo difícilmente cuantificable. Sí que existe, en cambio, una forma de entender este oficio a partir de los recursos y estructura que invertimos en realizarlos.
El cine artesano es discreto en medios económicos, en rodaje procura pasar lo más desapercibido posible para poder rodar desde una cierta invisibilidad que facilita experiencias auténticas de realidad. Esa actitud tiene un valor para mí, porque en el cine, como en la vida, aprecio la gente que crea desde la discreción y pasando por este mundo sin aspavientos.
El cine artesano al que me refiero se puede aprender no solo de las experiencias que se han llevando a cabo en nuestro territorios antes y después de la crisis de 2009, sino también a experiencias de cine pobre en ciertos países en vías de desarrollo (África, por ejemplo)
Acrecentado por la crisis, Grecia, Portugal o España han sufrido un déficit de inversión en todo aquello que no es de primera necesidad como la cultura en general y el cine en particular. Evidentemente es un hecho negativo para el cine pero debería hacernos cuestionar la sostenibilidad a medio y largo plazo de nuestro modelo cinematográfico en países periféricos. En 2016 España produjo 247 largometrajes de los cuales solo se estrenaron 167. Aunque son diversos los motivos, queda claro que un porcentaje notable del cine que se produce y se financia en España no llega al público y por tanto es fallido.
Estas cifran no son un hecho aislado, desde el 2001, se repite el hecho de que producimos más películas de las que el público puede ver (más allá del interés, y capacidad de distribución de este cine). Una inversión de dinero público en un cine que ni tan solo llega a las pantallas.
En su nacimiento el cine nació como un modesto entretenimiento de feriantes. La producción y exhibición de esas primeras películas documentales implicaba unos procesos artesanales que implicaba pocas manos. Los operadores de cámara de Lumière eran al tiempo productores, guionistas, montadores y exhibidores.
El cine fue artesanía en su inicio y aunque la rentabilidad lo ha conducido hacia la industria y la estandarización, constantemente ha habido corrientes de cineastas al margen de la comercialidad que han reivindicado una forma íntima de hacer cine, generalmente con equipos muy pequeños.
La tecnología ha diversificado y multiplicado la cantidad de herramientas con las que trabajar. Las diferencias en los resultados son sutiles para muchos cineastas que prefieren trabajar al margen de los circuitos comerciales que implican más público pero también unas dificultades de financiación y una presión en la rentabilidad que injieren afectando al resultado de las películas. Hoy, una película creada desde la libertad sigue siendo un triunfo ante la homogenización.
Para mí el cine documental es el medio de entender el mundo que me rodea y profundizar en aquello que me inquieta. La vejez, la fe de los religiosos, la intolerancia, la muerte, la locura. Como productor he aprendido que un creador no puede desmarcarse de la naturaleza del público. Durante años no hemos enviado nuestros documentales a festivales, no hemos competido pero sobre todo no hemos estado en contacto con el mercado. El mercado es una palabra que como creadores no suena muy mal pero reconozco que mi mirada como cineasta se abrió al asistir de forma regular a festivales y documentales
Las distribuidoras independientes en España solo alcanzaron el 18% de la cuota de mercado en 2012, frente al 82% de las majors. Si estos datos, se comparan con otros países europeos de nuestro entorno, el panorama se vuelve desolador. En Francia, por ejemplo, la cuota de sus distribuidoras independientes llegó al 50,35%, frente al 49,65% de las majors, en Italia un 41,20% frente al 58,80%. ¿Alguien sabe qué datos existen en Finlandia?
Las distribuidoras independientes de Finlandia gozan de una cuota del 89,39%, frente al 10,61 de las norteamericanas,
Se debate constantemente sobre el futuro del marco de exibición del cine. Pero más allá de discutir si las salas de cine o el consumo doméstico hay otro debate más interesante sobre si nosotros como cineastas hemos de seguir ofreciendo obras que inviten al recogimiento de una sala o a un festival o bien optemos a producir obras destinadas a entretener en cualquier lugar.