¿Se puede hacer cine documental sin una historia? Tendemos a definir el cine documental como un género que narra historias reales sobre personajes reales. Pero ¿qué pasa si eliminamos el componente “narración” de una película de no-ficción?
Hace unos días un grupo de cineastas discutimos sobre esta cuestión durante las jornadas profesionales del Doxa Documentay Film Festival de Vancouver. El punto de partida fue el Manifiesto publicado recientemente por Alexandra Juhasz y Alisa Lebow, en el que invitan a los cineastas a trascender los límites de la narración ortodoxa y desencorsetar al documental del paradigma: protagonista-trama-arco dramático.
Fue un placer compartir con otros outsiders del documental la diversidad de formas y abordajes que el cine puede adoptar. Sin embargo, debemos recordar que este cine que trasciende la historia, es un cine difícil, no apto para todos los públicos. Se presupone del espectador una disposición activa, abierta al riesgo de la incomprensión. Es un cine que nos eleva a un plano de las ideas o todo lo contrario, al de las emociones más profundas e inconscientes, y esa no es la forma en la que el común de los mortales se entrega a ver una película.
Esta actitud activa no goza de prestigio, ni se enseña en ninguna escuela, (ni tan solo en las de cine) y no se pone en valor por una sociedad que prefiere que le cuenten historias al esfuerzo de construir una experiencia o un discurso.
En “Ciudad de los muertos” que fue la película a raíz de la cual participe en el festival, y luego en el panel, no hay una historia, ni un protagonista principal con un objetivo y/o obstáculo. El documental aborda un asunto central: los procesos de la muerte, que es, hasta tal punto impactante y trascendental, como para que la carga emocional resida casi enteramente en la vivencia del espectador ante los observado. Cada espectador experimentará una emoción personal e intransferible dependiendo de cual sea su relación con la muerte. Este acuerdo con el espectador no es premeditado, no parte de una voluntad estilística, porque mi pretensión no era transitar otras narrativas, sino simplemente, poder abordar un discurso sin adscribirlo necesariamente a una historia.
El interés del cine documental, como el de la vida, no siempre transcurre en el plano de lo prosaico sino, precisamente, en instante auténticos y verdaderos en los que se revela lo mágico, lo absurdo, lo cómico o lo trascendente de la vida. Tenemos una oportunidad de escapar de la voluntad de entretener y ser entretenidos; de ser conducidos por un protagonista y por una trama a un objetivo conseguido o no. Porque el poder de lo real en el documental nos permite esquivar las premisas archiconocidas del entretenimiento, para pensar, como hacemos cuando leemos un ensayo, o sentir, como en un poema.
Estemos abiertos. Seamos exigentes con las películas y con nosotros mismos. Participemos activamente de lo que el cine documental nos puede ofrecer, completando y dando un sentido particular y profundo a aquello mostrado y escuchado. Quizás así descubramos otra forma creadora de mirar tan íntima, como si lo mirado lo estuviésemos viviendo nosotros mismos.